En la tribuna política esperamos con ansiedad el duelo Gioja-Solanas. Si los dos van a fondo, se puede tratar de un debate político a memorar, a la altura de un Saadi-Caputo, Rucci-Tosco o Romano-Asís.
El tema de la minería ha sido tomado como objeto de culto discursivo de moda por sectores académicos y políticos antes que otras producciones de la economía. La elección se origine quizás en las tentadoras relaciones que la minería tiene con el medio ambiente, la explotación inclemente de la fuerza de trabajo, el capital extranjero y la corrupción política. Aristas que en esta industria se verían más dramáticamente desnudadas que en otras, como se deduce de una frenética y reiterada lectura de Las Venas Abiertas de América Latina. Es quizás esta obra insignia del pensamiento revolucionarista palermitano lo que motive el bienaventurado revival del drama minero.
En estos días vimos otro revival antológico: el de un Telenoche Investiga con añoranzas noventistas, expectorando un lánguido brío denuncista a tres bandas: veto de la ley de glaciares-negociado de la Barrick-corrupción giojista. Todo ello en nombre del salmo ecológico que se disemina en el confort retórico de las covachas académicas, periodísticas y políticas. Un Telenoche antiimperialista que audita los negocios del capital foráneo, y que recuerda los golden times de Telenoche operando como brazo periodístico del Frepaso (¿o el Frepaso era el brazo político de los medios?). Jornadas antípolíticas a toda pompa que la clase media con mayor compromiso político coronaba con festejos estentóreos ante el televisor ante cada caso de corrupción menemista: el régimen neoliberal caería a base de denuncias penales, ese era el anhelo al que instigaba el libro de auto-ayuda frepasista. (Deborah De Corral entrevistaba a Chacho en El Rayo varias veces al mes).
Ayer eran Chacho, Graciela y Aníbal los que testimoniaban ante la cámara telenochesca; hoy son Solanas, Bonasso y Giustiniani los que narran el drama minero de Pascua Lama. The song remains the same.
Hay una distorsión entre el elocuente daño ambiental y las representaciones concretas de la protección del medio ambiente. Desde Greenpeace a Al Gore, pasando por un infinito emporio de fundaciones, asociaciones y clubes de fans, lo que se ve es una gran industria ecologista (del espectáculo, diría Guy Debord) de creciente rentabilidad, construida humanitariamente mediante donaciones, subsidios, mecenazgos, lobbies y estrategias de marketing publicitario que necesitan ser sostenidas y apuntaladas con algunos excesos trágicos, un poquito de terrorismo que mantenga abiertas las canillas y receptivas a las audiencias.
Aclaro: no es que el daño ambiental no se produzca ni sea progresivo (por algo Estados Unidos no firma el Protocolo de Kyoto), sino que hay que verificar magnitudes, para que no haya en el mundo tantos boludos que hagan donaciones telefónicas para pagar los sueldos de la planta de personal de Greenpeace y financien la película de Al Gore. ¿O no?
El tema de la minería se nutre parcialmente de esa impronta, y de un punto en donde la cosa se hace terriblemente imprecisa, empieza la guerra de hinchadas “contamina”–“no contamina”, las documentaciones respaldatorias se derriten, y todo entra en un limbo del cual luego es difícil salir. Ya lo apreciamos con el carnavalesco asambleísmo de Gualeguaychú: los uruguayos tenían la posta.
El ecologismo no tiene discursividades eficaces para integrar alternativas que respondan a las necesidades de producción y desarrollo en un capitalismo cada vez más concentrado, que debe dar empleo y consumo a sus poblaciones más allá de la codicia expoliadora de las corporaciones.
San Juan es una provincia pobre que no puede sustentar una autonomía financiera-política al carecer de una actividad económica propia. Y desde la dictadura del ´76 para acá, las provincias tienen que arreglarse como puedan, y con lo que el Estado nacional les tira. Nadie te cuida el culo de la gobernabilidad, y contar con utilidades adicionales es para un gobernador marcar la diferencia. Sólo hay que ver como las regalías petroleras le dieron viabilidad a la ecuación fiscal de los gobiernos de Neuquén, Chubut y Santa Cruz. Gioja es expeditivo: ¿con que reemplazamos los 45.000 puestos de trabajo que da la minería? Solanas vive en Buenos Aires.
El debate Gioja-Solanas podría ventilar todas las facetas de esta actividad económica, pros y contras, la inermidad a las que están condenas las provincias que cedieron recaudación genuina en sucesivos pactos fiscales con Menem, y que no recuperaron leyes impositivas de devolución de parte del Estado nacional. Solanas podría explayarse sobre la controversia del daño ambiental, y hablar de la minería como actividad que impacta en toda la comunidad sanjuanina y no tanto como exclusivo negocio superestructural (que como que los hay, los hay, no es nada nuevo).
Lo que entusiasma es que Gioja no se esconde, no se mete en un coche con vidrios polarizados cuando le hablan de la Barrick. Me parece que Gioja tiene muchas cosas para decir, aunque en la mesa de TN parta como el gaucho malo; campechano, te dice: si tenés dudas, vení a ver. Vení a ver, Pino.
(Últimamente, de Solanas me resulta curiosa una paradoja que lo atraviesa: que asume todas y cada una de las representaciones de una gestualidad progresista que deploró en Chacho Alvarez, y por la cual se fue del Frente Grande en 1994).
Si se desciende al fango de los números, los estudios de factibilidad e impacto ambiental, los tecnicismos minerales, yo espero que no pase lo perturbador. Espero que Solanas no tome atajos, que no transforme la discusión sobre una industria en un tratado sobre moral y derecho sobre los Gioja: eso que tan bien vende en las audiencias electorales que hay que fogonear para sostener el caudal del 25%. La tentación es grande.
Yo quiero que si Solanas es presidente, pueda pisar San Juan.